El ambientalista, Número 3
Medicina preventiva para el planeta y sus pueblos
Por David J. Hunter, M.B., B.S., Sc.D., Howard Frumkin, M.D., Dr.P.H., y Ashish Jha, M.D., M.P.H.
1 de marzo de 2017 - DOI: 10.1056/NEJMp1702378
“La salud es el rostro humano del cambio climático.” Esa fue la idea detrás del Congreso sobre Clima y Salud celebrado el jueves 16 de febrero de 2017 en el Centro Carter, en Atlanta. Inicialmente programado por el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés), que luego lo postergó por tiempo indefinido, el evento fue resucitado por una coalición de organizaciones no gubernamentales y universidades y convocado por el ex Vicepresidente Al Gore. Más de 300 concurrentes y un público mundial que siguió la transmisión en vivo (https://livestream.com/ClimateReality/ClimateChangesHealth/videos/149575200) escucharon a más de 25 oradores que hablaron acerca de los efectos del cambio climático sobre la salud, la función que pueden desempeñar los profesionales de la salud en lo referente a la adaptación a esos efectos y a la comunicación con el público y los encargados de elaborar políticas, y los beneficios que implica para la salud mitigar el cambio climático.
Para muchos estadounidenses, los efectos del cambio climático parecen distantes: Las naciones insulares se hundirán ante el aumento del nivel del mar; algunas zonas del Medio Oriente se volverán inhabitables debido al calor extremo. Sin embargo, aunque los peores efectos los sentirán las personas más carenciadas de países más pobres y menos resilientes a las sequías, las inundaciones y las altas temperaturas, el cambio climático ya afecta la salud de poblaciones vulnerables de los Estados Unidos, y los profesionales del sector de sanidad del país ven esos efectos.
Las temperaturas promedio han aumentado entre 1,3 y 1,9 grados Fahrenheit (de 0,7 a 1,1°C) en el último siglo, especialmente en el norte y el oeste, y los aumentos se han acelerado en los últimos años (ver el gráfico).1 Los tres años más cálidos registrados en los Estados Unidos fueron 2012, 2015 y 2016. Se predice que las temperaturas promedio aumentarán entre 3 y 10°F (de 1,7 a 5,6°C) durante la vida de los niños que nacen en la actualidad. ¿Qué significan estos cambios para la salud?
Los aumentos de temperatura acarrean olas de calor estival más prolongadas, que incrementan la mortalidad, especialmente en poblaciones vulnerables: los ancianos, los pobres, los residentes de islas de calor urbanas y las personas con problemas de salud mental. Las temperaturas más elevadas también aumentan los niveles de ozono y así comprometen la función pulmonar y exacerban el asma. Las temporadas de polen más tempranas y prolongadas aumentan la exposición a alérgenos y, por ende, la sensibilización alérgica y los episodios asmáticos. Los aumentos de temperatura traen como resultado incendios forestales de mayor magnitud y duración, y así reducen la calidad del aire en la dirección del viento y aumentan las hospitalizaciones debidas a problemas respiratorios y cardiovasculares.
El cambio climático también seca más las zonas áridas, humedece más las zonas húmedas y hace más frecuentes las tormentas de precipitaciones fuertes. Los huracanes y las inundaciones no solo producen muertes directamente sino que sus efectos indirectos, como los brotes de enfermedades transmitidas por el agua que sobrevienen a las inundaciones, tienen consecuencias perjudiciales más amplias para la salud humana. El aumento de la temperatura del agua también facilita el crecimiento de organismos patogénicos acuáticos, como las especies coliformes y Vibrio.2
La distribución de enfermedades transmitidas por vectores, como la enfermedad de Lyme, el virus del Nilo Occidental, la fiebre manchada de las Montañas Rocosas, la peste y la tularemia, se expande a medida que cambia la zona geográfica de los vectores. Por ejemplo, se proyecta que, en los siguientes 60 años, la distribución de la garrapata que transmite la enfermedad de Lyme, Ixodes scapularis, se expandirá y llegará a cubrir la mayor parte de la mitad este de los Estados Unidos.3 Los mosquitos vectores de patógenos no comunes actualmente en los Estados Unidos, como el dengue, el chikungunya y el Zika, podrían encontrar condiciones más favorables en el país.
Se proyecta que la producción de alimentos (cultivos, ganado y pesquerías) disminuirá en algunas regiones del mundo. Los países pobres se verán más afectados que los países ricos, que podrán adaptarse mejor, pero incluso en los Estados Unidos, las alteraciones en la cadena de suministro de alimentos probablemente causen un aumento de precios y agraven la seguridad alimentaria de poblaciones de riesgo.
Por último, los extremos meteorológicos también pueden tener un efecto adverso sobre la salud mental. Existen pruebas contundentes de que el calor excesivo aumenta la agresión y la violencia. Asimismo, existen datos más recientes que indican que los eventos meteorológicos extremos pueden causar estrés y ansiedad, y exacerbar la depresión y otras enfermedades mentales.
¿Cómo podemos, entonces, proteger al público? La adaptación o “la gestión de lo inevitable” se logra mediante la prevención secundaria, estrategias y prácticas diseñadas para reducir los efectos perjudiciales y proteger a las personas de las amenazas relacionadas con el clima. Entre los ejemplos, se pueden mencionar los planes de preparación a las olas de calor urbano, las medidas que desalienten la construcción en llanuras de inundación y los sistemas mejorados de alertas sobre la contaminación del aire. Muchas de esas medidas, se encuentran “río arriba” con respecto al sector de sanidad, en áreas como la planificación urbana, pero la colaboración con los profesionales de la salud puede optimizar la protección sanitaria. El marco del programa de Resiliencia contra los Efectos Climáticos (BRACE, por su sigla en inglés) del CDC (https://www.cdc.gov/climateandhealth/) ofrece una estrategia para planificar la adaptación.
La mitigación, o las medidas para “evitar lo no gestionable”, exige la prevención primaria, estrategias y prácticas diseñadas para reducir las causas de fondo del cambio climático. Es imperativo pasar de las fuentes energéticas emisoras de gases de invernadero a fuentes de energía más limpias. Mitigar también implica rediseñar las ciudades para incentivar a las personas a caminar y andar en bicicleta (actividades con poca huella de carbono y grandes beneficios para la salud). Asimismo, podemos dar pasos importantes en otras áreas, desde promover edificios de bajo consumo energético hasta reforestar y reducir el desperdicio de alimentos. Es alentador que la mayoría de las iniciativas que evitan la contaminación por carbono lleven a importantes beneficios secundarios para la salud: comer alimentos más saludables, hacer más ejercicio y contaminar menos el aire, por ejemplo, son pasos que llevan a una reducción del asma y de los casos de embolia y de infarto de miocardio.
Nuestro sistema de salud tiene una función que desempeñar tanto en la adaptación como en la mitigación. A fin de predecir las amenazas sanitarias relacionadas con el clima y prepararnos para ellas, necesitamos una alta capacidad para gestionar fenómenos relacionados con condiciones meteorológicas extremas. Gran parte de nuestra infraestructura de salud no está preparada para ese tipo de fenómeno, como quedó claro después de los huracanes Katrina y Sandy. En cuanto a la mitigación, los centros sanitarios se encuentran entre los espacios comerciales de consumo energético más intensivo y se calcula que representan entre un 8% y un 10% de las emisiones de gases de invernadero de los Estados Unidos. Las “iniciativas verdes” dentro del sector de la salud, como la reducción del consumo de energía y materiales, el abastecimiento ambientalmente responsable de insumos (incluyendo los alimentos) y las medidas para alentar a los empleados a caminar, andar en bicicleta o transportarse usando otras opciones de bajo consumo energético, no solo son útiles (y posiblemente ahorrativas) en sí mismas sino que pueden dar el ejemplo a nuestras comunidades.
Los efectos del cambio climático sobre la salud serán significativamente más severos en muchos otros países. Sin embargo, pensamos que los Estados Unidos tiene la responsabilidad de actuar por dos motivos: somos un emisor principal de gases de invernadero (el número uno en emisiones acumuladas hasta la fecha y el número dos, después de China, en emisiones actuales) y muchos otros países esperan ver la iniciativa de los Estados Unidos antes de comprometerse a tomar medidas.
Aunque nos faltaran razones morales para actuar, existiría un fundamento imperioso desde el punto de vista de la seguridad nacional: Existe pruebas contundentes de que las alteraciones climáticas del hábitat y la escasez de alimentos y agua contribuyen a los conflictos armados, los desplazamientos de población y las crisis de refugiados. Las alteraciones de los patrones mundiales de hambrunas y enfermedades infecciosas expondrán a los Estados Unidos a nuevas enfermedades que podrían propagarse rápidamente en nuestra población. Necesitaremos aumentar las inversiones dirigidas a asegurar que los brotes regionales de enfermedades infecciosas se controlen con rapidez y a nivel local antes de que puedan alcanzar escalas mundiales.
La buena noticia es que sabemos cómo reducir el impacto del cambio climático. Las emisiones mundiales de dióxido de carbono se han estabilizado en los últimos tres años y, si se mantuvieran las políticas vigentes, esas emisiones disminuirían en los próximos años. El Acuerdo de París, de implementarse en su totalidad, mantendría el aumento de temperatura mundial en menos de 2°C (3,6°F). El compromiso de los Estados Unidos con respecto a las metas acordadas es fundamental porque el liderazgo de este país es esencial para la acción mundial. Los puestos de trabajo en el sector de las energías renovables (principalmente solar y eólica) ya superan en número a la suma de los puestos de trabajo en la generación de energía a partir del carbón, el gas natural y el petróleo. Desde el punto de vista de la salud, las iniciativas como el Plan de Energía Limpia (tarificación efectiva del carbono) de la Agencia de Protección Ambiental son primordiales tanto por su efecto directo sobre las emisiones de gases de invernadero como porque se espera que salven 3.600 vidas por año en los Estados Unidos para el año 2030, principalmente al disminuir la contaminación atmosférica.4 Se trata de beneficios futuros que se verán amenazados si la presidencia de Trump revoca estas importantes políticas de salud pública.
Los profesionales de la salud constituyen una fuente de información confiable sobre los riesgos sanitarios y su gestión. Desafortunadamente, el cambio climático se ha politizado innecesariamente. Los profesionales de la salud pueden concentrarse en la ciencia y utilizar herramientas normalizadas de comunicación sanitaria para explicar los riesgos del cambio climático y los beneficios de la mitigación y la adaptación. Los pacientes y el público responden a los mensajes claros, simples y repetidos con frecuencia por fuentes confiables. Existen herramientas disponibles (http://climateforhealth.org/lets-talk) para facilitar esta comunicación.5
Muchas de nuestras organizaciones profesionales (https://medsocietiesforclimatehealth.org/) han documentado activamente las amenazas que representa el cambio climático para la salud. Como formadores de opinión, podemos recordarles a nuestras comunidades que el cambio climático ha sido verificado con pruebas científicas contundentes, que ya está afectando la salud, y que puede resolverse si actuamos con rapidez. Como ciudadanos, podemos apoyar las políticas que ayuden a afrontar el cambio climático. Podemos trabajar con nuestros hospitales y clínicas para reducir su huella de carbono. Podemos ayudar a elaborar estrategias de adaptación y mitigación que optimicen la protección sanitaria. Y podemos destacar la buena noticia de que afrontar el cambio climático beneficiará no solo la salud del planeta sino también la salud de sus pueblos.
Los formularios de divulgación proporcionados por los autores se encuentran disponibles en NEJM.org.
Este artículo fue publicado el 1 de marzo de 2017 en NEJM.org.
INFORMACIÓN FUENTE
De la Facultad T.H. Chan de Salud Pública de Harvard, Boston (D.J.H., A.J.), y el Instituto Harvard para la Salud Mundial, Cambridge (A.J.), ambos en Massachusetts; y la Universidad de Washington, Seattle (H.F.).
GRÁFICO
1: Tendencia de la temperatura mundial, 1880–2016.
2: Cambios anuales en la temperatura promedio del aire en superficie, 1880–2016.
Spanish translation by Julieta Pisani McCarthy, M.A.